10 de marzo de 2017, Kamphaeng Phet, Tailandia
Myanmar
Jakob & Ernest:
Después del frio y el montañoso Nepal, llegaba el extremo calor y nuevamente las carreteras llanas. Los primeros días en Myanmar, fueron muy movidos. La bicicleta y el equipaje de Ernest, no llegó al aeropuerto de Mandalay, hasta el día siguiente de haber llegado nosotros. Dos días después, Ernest tuvo que superar otro obstáculo: una intoxicación alimentaria, lo dejó K.O dos días.
Durante los primeros días nos dimos cuenta que el inglés no nos sería de mucha ayuda a la hora de comunicarnos, cosa que nos obligaba a hacerlo a través de gestos y mímica. En cada país y/o cultura, el lenguaje de los gestos es muy diferente, así que hemos tenido que ir aprendiéndolos todos.
En el restaurante, era todo un reto conseguir que te sirvieran el plato que habías pedido. Y después de dos raciones de pasta con pollo para cada uno, conseguimos quedar mínimamente satisfechos. La cuenta final, rondaba los 5€. También nos costó que el camarero nos hiciera caso, hasta que la gente del país nos enseñó cómo hacerlo: das un sonoro beso al aire, como si llamaras a un perro. Es el método que utilizan, y en menos de cinco segundos, tienes al camarero delante de ti, dispuesto a servirte.
La gente de Myanmar es muy agradable, honrada y simpática. Siempre a punto para ayudar. Normalmente para que no los estafen, preguntan antes el precio del producto a comprar. Nosotros no tuvimos que hacerlo, ya que pagamos el precio real del producto.
En cualquier parte del país la gente nos recibía con una sonrisa y nos saludaban muy efusivamente. Cuando parábamos para hacer una pausa en el camino, lo podíamos hacer con tranquilidad, sin miedo a rodearnos de 30 o 40 personas, como nos pasó en India.
La gran diferencia con Nepal, fueron las carreteras, ya que estaban en perfecto estado. Solo tuvimos un tramo de pocos kilómetros en que el camino era de tierra. La segunda gran diferencia, es que hay una ley que prohíbe acampar o pasar la noche en casas particulares. Algunas personas que también viajaban en bicicleta, nos explicaron que la policía los había parado e interrogado, pidiendo documentación y el detalle de dónde habían pasado la noche. Por suerte, a nosotros no nos paró ningún policía, y cuando pasábamos por algún control, les regalábamos nuestra mejor sonrisa. Así, nos dejaban tranquilos.
Una semana después de haber dejado Mandalay, paramos en el supermercado de un pequeño pueblo, en medio de la nada, para rellenar las botellas de agua que llevábamos. Los propietarios nos permitieron sentarnos a la sombra y después nos dieron agua y fruta. Aquel día habíamos recorrido 70km y el calor – como siempre – se hacía insoportable. Al cabo de un rato, decidimos buscar en el pueblo, un sito donde dormir. Sería difícil encontrarlo, porque no había hoteles, y allí también estaba prohibido dormir en casas particulares.
Donde no regía esta prohibición, era en los monasterios budistas. Estos, los encuentras en pequeños rincones del país. Minutos después de iniciar nuestra búsqueda, vimos un grupo de pequeños estudiantes, candidatos a monjes budistas. Uno de ellos que tenía unos 17 años, hablaba un poco de inglés, y esto nos facilitó muchísimo la comunicación. El chico nos invitó muy amablemente a su monasterio. Una vez allá, nos ofrecieron agua, fruta fresca, y la posibilidad de descansar en unas sillas hechas de bambú. Durante los 15 minutos que duró nuestro descanso, aquellos chicos no nos perdían de vista.
Después de un amistoso registro en casa del “alcalde”, el cual, nos preguntó el nombre y el número de pasaporte, llegaba finalmente una merecida ducha. En medio del patio del monasterio, había un pozo de agua, donde nos duchamos con agua fría, observados atentamente por aquellos pequeños aspirantes a monjes que, sería la primera vez que veían un trasero blanco. Mientras tanto reían y hacían bromas entre ellos.
La población de Myanmar, se hace cargo de unos 30.000 monjes activos en el país, la cual cosa puede representar dificultades para algunas familias pobres; pero esto forma parte de su cultura.
Durante la noche que pasamos entre ellos, dos familias se encargaron de la cena y prepararon una deliciosa y abundante comida. Antes de ir a dormir, el chico que nos acogió, nos enseñó técnicas para practicar la meditación. A nuestro alrededor, los pequeños ya dormían y nosotros estábamos sentados justo a su lado. Con las piernas cruzadas y los ojos cerrados, comenzaba la meditación. Pocos minutos después, el primer mosquito y unas gotas de sudor, esperaban impacientemente de ser expulsados. Al cabo de cinco minutos, se acabó la concentración. El joven nos explicó que los maestros pueden aguantar hasta ¡10 horas sin mover ni un dedo!
Después de una calurosa noche en el monasterio, nos deleitaron con un segundo manjar que nos dio fuerzas para continuar pedaleando. Después del desayuno, antes de continuar nuestra ruta, nos despedimos de los simpáticos y agradables monjes.
Los 1000km a Myanmar los hicimos en su mayoría, por terreno llano, pero en la entrada al sur del país, nos encontramos con los primeros desniveles. Los numerosos y verdes campos de arroz, las casas de madera, las palmeras y los platanales, dan un toque muy especial al paisaje.
Loa dos puntos turísticos del país que visitamos, fueron Bagan y Hpa An. Dos sitios únicos donde destacan los templos antiguos y cuevas, respectivamente.
En los últimos kilómetros a Myanmar, tuvimos que superar un último puerto de montaña. El gran obstáculo, fue el calor excesivo (35º-40º) que nos acompañó durante los 20km de ascenso. el camino subía por una carretera antigua, por la que circulaban pocos coches y estaba desprovista de tiendas para comprar agua o comida.
Al cruzar la frontera, que pasa por encima de un rio, en mitad del puente, la dirección del tránsito cambiaba de lado. En Tailandia, nos tocaba volver a acostumbrarnos a circular por la derecha.
Al cabo de pocos minutos, el Visado de Tailandia, ya quedaba impreso en el pasaporte.
{Traducción del catalán: Carolina}
Comentarios en este informe:
La función de comentario no está activada actualmente.