Informes de viaje

Camboya   23 de abril de 2017, Nom Pen, Camboya
Aventura inesperada

El camión ruso se rompe en el puente

Jakob & Ernest:

Muy bien acostumbrados a las buenas carreteras, supermercados y cocina internacional, llegamos a principios del mes de abril a la frontera que separa Tailandia y Camboya.

Después de pagar (sospechosamente) por el Visado un precio superior al que conocíamos, llegamos a Camboya bajo una lluvia intensa, que nos acompañó hasta la siguiente ciudad. Como nos hemos encontrado a lo largo de nuestro viaje por el continente asiático, al lado de la carretera, íbamos topando con puestos de comida, donde se podía adquirir carne, pescado y otros productos alimenticios. También – y después de mucho tiempo – un puesto donde vendían Baguettes y una especie de embutidos. Esto se explica, porque en los años 60, Camboya aún estaba ocupada por los franceses, que dejaron influencias en su cocina.

La primera sorpresa con que nos recibió el país, fue en el momento de retirar dinero del cajero automático. Sólo podíamos retirar dólares. Y nosotros lo que queríamos hacer era cambiar dólares por Riels (moneda del país). A la hora de la verdad, esto no fue problema porque el primer pago que hicimos en un restaurante, no dimos cuenta que se podía utilizar las dos monedas (dólar y riels). Hasta se podía pagar con Bahts, la moneda de Tailandia. Camboya es el primer país en que no circula la moneda metálica, cosa que a ciclistas como nosotros nos favorece en lo que respecta al peso en el monedero.

Al día siguiente empezaba la que sería nuestra última y gran aventura: 250km a través de las montañas Cardamon, pasando sólo por caminos de tierra. Al principio era todo subida y sudábamos a causa del sol y de los 40º que nos acompañaban en el trayecto. La región estaba controlada por el Ejército. Y al lado de la carretera había letreros que avisaban que las personas que invadieran los bosques de aquella zona, serían castigados con una condena de 10 años. Por nuestra parte, no teníamos ninguna intención de abandonar la carretera, ya que Camboya es el país número uno en el mundo, con más minas enterradas sin desactivar (6 millones).

Después de recorrer 50km, dejamos atrás la carretera asfaltada y nos adentramos en la selva por un camino de tierra. Llevábamos unas dos horas pedaleando bajo la lluvia. De vez en cuando parábamos para filtrar el agua no potable de las fuentes que nos íbamos encontrando, para poder beberla.

Como era de esperar, en medio de la nada, tuvimos un importante y desafortunado imprevisto. Eran las tres de la tarde, llovía intensamente, y aún nos faltaban 40km para llegar al destino. Un ruido que provenía de la rueda trasera de la bicicleta de Ernest, lo obligó a pararse. Se había roto el neumático y el tubo de aire salía como una pelota de tenis. Dos minutos después mientras desmontábamos la rueda, vimos que se acercaba un todoterreno. Por suerte, aún teníamos el neumático viejo, que habíamos cambiado hacía seis meses en Irán.

No dimos cuenta que, con los caminos embarrados, pocas provisiones, la distancia que aún nos faltaba para llegar al próximo pueblo y la dificultad para reparar la rueda, sería muy difícil, o prácticamente imposible, llegar. Aquel Jeep, era el primer vehículo que veíamos en todo el día, y casualmente iba en la misma dirección que nosotros, y la parte de atrás estaba vacía. Una vez más, un “ángel” aparecía para rescatarnos de una situación precaria. Durante el recorrido en coche, éramos conscientes de la suerte que habíamos tenido, ya que, con la lluvia, los caminos eran cada vez peor. Tardamos una hora y media en recorrer los 40km que nos faltaban.

Pasamos la noche en un Homestay, y reparamos la bicicleta poniéndole el neumático antiguo. Al día siguiente nos encontramos de cara con un grupo de motoristas australianos. Desayunamos juntos y nos explicaron las peripecias que tuvieron el día anterior. El camino por donde iban era impracticable y se quedaron atrapados en una subida durante seis horas, ya que el coche que los acompañaba no podía subir. Ellos nos dieron un consejo muy útil: desmontar los guardabarros. De esta manera, pudimos pasar por aquellos caminos tan embarrados. Después de unas carcajadas y un buen desayuno, empezaba nuestra ruta. Las ruedas resbalaban continuamente. Era importante estar concentrados, cogimos dos ferris que nos llevaron a través de un lago. Los ferris eran tan pequeños, que casi no cabían nuestras bicis y alguna moto. La pequeña embarcación estaba construida con madera y dos motores en la parte posterior, con un timón construido por ellos mismos. La velocidad era de unos dos nudos. Por desgracia, mientras nos transportaban en el segundo ferri, empezó a llover. Los caminos empeoraban, y controlar la bici, era una empresa difícil. Los niños jugaban fuera, como si fuera un día espléndido sin lluvia ni barro. Las pequeñas casas que se asomaban al lado del camino estaban construidas sobre unas vigas de madera, y la mayoría tenían las paredes de madera de bambú y el techo de paja. Durante la travesía avanzamos varios vehículos atrapados en medio del barro, que esperaban ser traccionados por tractores. También nosotros teníamos dificultad de empujar la bici. Las sandalias resbalaban continuamente impidiéndonos avanzar. Finalmente, y después de recorrer 35km, llegamos a nuestro destino. Eso sí, mojados y embarrados de arriba abajo.

Al día siguiente nos habíamos planteado hacer una etapa “monstruosa” de 105km, de los cuales 90km no estaban asfaltados y el camino tenía muchos metros de desnivel. Nos levantamos temprano y después de un buen desayuno de arroz y huevos, iniciamos nuestra ruta.

Al cabo de 20km, llegó el primer imprevisto: la pinchada de la rueda posterior de la bici de Ernest. La motivación y las ganas no quedaron afectadas. Pero pocos kilómetros después, la misma rueda se volvió a pinchar y ahora sí que los nervios empezaron a aflorar. 30km después, y habiendo pedaleado durante 12 horas, por séptima vez, se volvió a pinchar la rueda. Ernest, visiblemente nervioso y desesperado, tiró la bicicleta al suelo. Nos habíamos quedado sin material para poder repararla. Nos cobijamos en una casita de madera, donde vendían snacks y bebidas, a esperar la llegada de nuestro ángel de la guarda. En tres horas de espera, pasaron unas tres motos y dos tractores. No había cobertura telefónica y la gente que nos rodeaba, no entendía ni una palabra de inglés. Atrás, a unos 30km, quedaba el pueblo de donde veníamos, y la ciudad a donde nos dirigíamos quedaba a 75km. Intentamos pedir que alguien nos llevara a algún sitio, pero nadie nos entendía, cosa que no ayudaba a calmar nuestros nervios. ¡Llevábamos tres horas! ¿Dónde estaba nuestro ángel de la guarda?

Normalmente nos imaginamos un ángel vestido de blanco, con alas a la espalda, amable, que cuida de las personas y como por arte de magia, soluciona los problemas. Mientras pensábamos en esto, finalmente lo vimos. Un antiguo camión ruso de los años 70 y con tracción en las seis ruedas, se acercaba a nosotros. En la cabina iban 3 camboyanos, vestidos con viejas camisetas de equipos de futbol. Y al vernos correr hacia ellos, sonreían. Bien, quizás aquella no era la imagen que teníamos de un ángel de la guarda, pero también nos servía.

Subimos nosotros dos y las bicicletas en la parte de atrás. Al preguntarles hacia dónde iban, no nos entendieron, pero subimos igualmente, porque en todo caso era mejor marchar que quedarnos en aquel sitio. Cinco minutos más tarde, nos disponíamos a pasar por un puente de madera tan destartalado como el camión. Al pasar, la rueda delantera derecha del camión atravesó la madera del puente. Saltamos enseguida de camión, y al verlo desde la distancia, vimos que nos encontrábamos en una situación más complicada que la anterior. Si venía otro coche, no podría pasar.

Aquellos tres hombres no se dieron por vencidos, y con dos gatos levantaron centímetro a centímetro el camión. Esto duró casi dos horas. Cuando la rueda estaba suspendida en el aire, pusieron maderas sobre el agujero que había quedado en el puente, y así el camión pudo salir. Celebramos con alegría esta hazaña, bajo las miradas de los curiosos que se habían congregado a nuestro alrededor. Convencidos de que volveríamos por donde habíamos venido, para buscar un camino alternativo, la sorpresa fue que el conductor se disponía NUEVAMENTE a cruzar el mismo puente. ¡No nos lo podíamos creer! Queridos lectores, ¡el suspenso nos envolvía de nuevo! El valiente conductor - con gran destreza y maestría - avanzaba muy poco a poco, siguiendo las indicaciones de sus compañeros para no volver a hundirse en medio del puente. Mientras el camión pasaba, las maderas del puente crujían, provocando la tensión de los espectadores allí presentes. Finalmente, el camión ya estaba al otro lado, y nosotros estábamos más nerviosos que el conductor y saltando de alegría corrimos hacia él para felicitarlo por su coraje y valentía. A parte de ángel se había convertido en nuestro héroe. Aquellos tres hombres nos demostraron que hasta en las situaciones aparentemente imposibles, hay que seguir luchando, sin tirar la toalla.

Poco después y ya de noche, continuábamos el camino por la selva tropical, que sólo conocíamos en las películas. Cinco horas había durado el trayecto y al final, llegamos a un pequeño pueblo donde nos acogió en su casa una familia muy amable. Al día siguiente y después de arreglar la bicicleta, pedaleamos durante 60km hasta llegar a la ciudad donde teníamos que haber llegado el día anterior. Durante este viaje, por primera vez vimos “moto-ambulancias”. Los pacientes transportados, aguantaban con una mano un palo del que colgaba el gota-gota, y con la otra se tenían que agarrar donde fuera para no caer. Todo esto mientras el conductor iba esquivando los baches del camino.

Días después, circulando por carretera asfaltadas, llegamos a Angkor Wat, la ciudad de los templos. La visitamos durante una jornada. Y realmente fue una experiencia única pero también muy cara, ya que el precio subía considerablemente en referencia a los últimos meses (37$).

Ahora mismo nos encontramos en Phnom Penh, con los Salesianos de Don Bosco. El 19 de abril conseguimos los 14.000Km. Este objetivo conseguido, nos provocó fuertes emociones. Inéditas hasta el momento. Nos quedan 350km para llegar al mar de Vietnam. Una aventura apasionante va llegando a su fin…

Desde Vietnam, cada uno por separado escribirá un informe, en la que plasmaremos una reflexión final y compartiremos nuestras emociones después de haber llegado a nuestro destino final

{Traducción del alemán al catalán: Ernest}

{Traducción del catalán: Carolina}

 i20170423-01Filtrando agua^ Filtrando agua ^
Se avecina tormenta^ Se avecina tormenta ^
Selva^ Selva ^
Nuestro angel^ Nuestro angel ^
 i20170423-06 i20170423-07El ferry^ El ferry ^
 i20170423-09 i20170423-10 i20170423-11 i20170423-12 i20170423-13 i20170423-14Despues del 6° pinchazo^ Despues del 6° pinchazo ^
7° pinchazo ...^ 7° pinchazo ... ^
El camión ruso se rompe en el puente^ El camión ruso se rompe en el puente ^
Un coche familiar :-)^ Un coche familiar :-) ^
 i20170423-19Feliz Año Nuevo en Camboya^ Feliz Año Nuevo en Camboya ^
Angkor Wat^ Angkor Wat ^
 i20170423-22 i20170423-23 i20170423-24 i20170423-2514.000 km^ 14.000 km ^
Pájaros muertos ... y un gato muerto^ Pájaros muertos ... y un gato muerto ^




Comentarios en este informe:

Burkhard escribe:

23 de abril de 2017, 22:01

Kurz vor Ende kommen jetzt doch noch endlich die Abenteuer. Zu den Engeln: ich glaub, die sind mittlerweile auch emanzipiert und haben Hosen an. Lachen musste ich über das Bild, wo Ernest am Wegesrand sitzt und das Rad mitten auf der Piste liegt. Resignation pur, aber irgendwie gehts immer weiter, egal, wie mans nennt: Schutzengel, Hilfe, Zufall, Glück, nette Menschen, Geduld, Schicksal... Jungs, es ist schön, euch zu begleiten, ich lerne und freue mich für euich!

Steffi escribe:

02 de mayo de 2017, 20:57

Danke, vor allem für das letzte, sehr wertvolle Foto!

Es zeigt, dass die Grenze, welche Tiere wir streicheln und welche wir essen dürfen, je nachdem wo wir sind, völlig willkürlich gezogen wird und nur in unseren Köpfen existiert. Die Anonymität von Salamischeibe, Bratwurst oder Geschnetzeltem auf unserem Teller geht verloren und es gibt keinen Grund mehr, zu glauben, dass irgendein Leben weniger wert wäre, als ein anderes. Vielleicht kann es irgendwann wirklich Freiheit für Alle geben - zumindest da, wo es so viele großartige Alternativen für uns gibt.

Ein fantastisches Finale für Euch!




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